En tiempos de Molière,
la censura (que había sido siempre tarea de la Iglesia Católica) ya
era laica gracias a la institución de la censura real, creada por
Richelieu en 1629, y ejercida por censores reales, especialistas en
historia natural, poesía, música, teatro, teología, etc. nombrados
por el canciller (chancelier, alto funcionario encargado por
el rey de administrar la justicia del reino). Naturalmente, también
el rey podía censurar obras y opiniones, normalmente aconsejado por
políticos y religiosos influyentes.
Cuando un autor
quería imprimir una obra, debía depositar un manuscrito en la
Cancillería para que un censor especializado hiciera un informe. Se
pedía que se eliminaban
o modificaban los pasajes que se juzgaban inadecuados, aunque la
administración conservaba el ejemplar original para comprobar que se habían hecho las debidas correcciones (por esta razón han llegado a nuestros días versiones completas de
obras que se habían censurado).
El caso más
notable de censura sufrida por Molière pudo ser el de El
Tartufo, obra de 1669,
una sátira de la falsa devoción que ridiculiza la religión, con
gran escándalo de los devotos, en un momento donde se dirimían
cuestiones tan trascendentales como la separación de Iglesia y
Estado. Esta obra se representó una vez ante el rey, pero el
arzobispo de París convenció al monarca para que prohibiese que se
representara públicamente (aunque el mismo rey se permitió verla de
nuevo en un pase privado; se ve que le gustó la primera vez).
Molière presentó una segunda versión al rey y su corte, quienes la
aplaudieron, pero otra vez fue prohibida. La
tercera
versión, por fin, fue permitida, y tuvo un gran éxito.
Es
posible que, dadas las circunstancias, los autores ejercieran alguna
forma de autocensura. Tengamos en cuenta que también sufrían
críticas muy despiadadas, con frecuencia atacando su vida privada
(como sucede también hoy en día, no siempre se distinguía entre la
persona y la obra). El mismo Molière retiró su Don
Juan a
pesar del éxito de sus pocas representaciones, si no por orden
directa de los censores, sí por indicación expresa del rey, quien
le apoyaba pero que tuvo que aconsejarle en ese sentido. Y está
claro que nuestro autor tuvo que "calcular" sus
satirizaciones críticas con habilidad para sortear el mayor o menor
ingenio de los censores. Algo no infrecuente en todas las épocas.
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