domingo, 26 de abril de 2020

La censura y Molière


En tiempos de Molière, la censura (que había sido siempre tarea de la Iglesia Católica) ya era laica gracias a la institución de la censura real, creada por Richelieu en 1629, y ejercida por censores reales, especialistas en historia natural, poesía, música, teatro, teología, etc. nombrados por el canciller (chancelier, alto funcionario encargado por el rey de administrar la justicia del reino). Naturalmente, también el rey podía censurar obras y opiniones, normalmente aconsejado por políticos y religiosos influyentes.

Cuando un autor quería imprimir una obra, debía depositar un manuscrito en la Cancillería para que un censor especializado hiciera un informe. Se pedía que se eliminaban o modificaban los pasajes que se juzgaban inadecuados, aunque la administración conservaba el ejemplar original para comprobar que se habían hecho las debidas correcciones (por esta razón han llegado a nuestros días versiones completas de obras que se habían censurado).

El caso más notable de censura sufrida por Molière pudo ser el de El Tartufo, obra de 1669, una sátira de la falsa devoción que ridiculiza la religión, con gran escándalo de los devotos, en un momento donde se dirimían cuestiones tan trascendentales como la separación de Iglesia y Estado. Esta obra se representó una vez ante el rey, pero el arzobispo de París convenció al monarca para que prohibiese que se representara públicamente (aunque el mismo rey se permitió verla de nuevo en un pase privado; se ve que le gustó la primera vez). Molière presentó una segunda versión al rey y su corte, quienes la aplaudieron, pero otra vez fue prohibida. La tercera versión, por fin, fue permitida, y tuvo un gran éxito.

Es posible que, dadas las circunstancias, los autores ejercieran alguna forma de autocensura. Tengamos en cuenta que también sufrían críticas muy despiadadas, con frecuencia atacando su vida privada (como sucede también hoy en día, no siempre se distinguía entre la persona y la obra). El mismo Molière retiró su Don Juan a pesar del éxito de sus pocas representaciones, si no por orden directa de los censores, sí por indicación expresa del rey, quien le apoyaba pero que tuvo que aconsejarle en ese sentido. Y está claro que nuestro autor tuvo que "calcular" sus satirizaciones críticas con habilidad para sortear el mayor o menor ingenio de los censores. Algo no infrecuente en todas las épocas.

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